Lealtades
Adelante el contorno de los puentes
la niebla del río
el reposo del agua…
Atrás se quejan las maderas de las casas
por haber
perdido sus colores;
los depósitos del puerto
por la soledad
bajo sus techos;
el viento
por encontrar
a La Boca tan distinta...
¿La nada se regodea en el escarnio?
En la penumbra de esquinas y pasillos asoman rostros de
otros ciclos:
No afanamos, ¿sabés?
Pasamos las de Caín, pero no
afanamos:
comimos basura;
laburamos hasta que el lomo,
las manos, los ojos ardían;
nos alumbramos con velas;
cocinamos con un calentador a
kerosene;
dormimos amontonados en piezas
de conventillos, en galpones…
Pero no afanamos
ni fuimos alcahuetes de
nadie.
Y todavía nos quedaban ganas de
salir a la calle
para exigir justicia;
para reclamar una jornada de ocho
horas;
el
descanso dominical;
un salario
digno…
Nos quedaban ganas de publicar
nuestras ideas, de luchar, de gritar qué hacíamos;
aunque la cana y los milicos se
nos vinieran encima;
aunque políticos, usureros
y “los nenes de mamá”
con sus mujerzuelas nos hubieran declarado la guerra.
Porque sabíamos que la libertad es
difícil de conseguir.
¿Cuántas veces nos consuela una Voz
que
recordamos de ahí, donde hicimos un alto?
Una Voz que remite a Eternidad
como si todos los bosques, los pájaros, la Gente amiga de
la Luz
fueran Uno con nosotros;
como estar fuera de límites que no elegimos
de líneas de indiferencia;
como escuchar la prédica de quien se alejó
y -sin embargo- permanece
a la manera del mar
cuando deja su espuma a orillas del desierto.
¿Quién sabe cómo será el renacer?
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