Misivas
No resisto la obscuridad.
Por alguna razón, a la noche, un recuerdo gira
en el dormitorio, la sala de espera de alguna estación de
ferrocarril,
o la plaza donde me encuentre:
un campo de algodón,
el agua de un puerto,
una nave que parte…
-toda la verdad en la necesidad de recibir una carta,
“esa carta”,
de
consultar un vidente
para interpretar el sentido de los colores
que visten los personajes de mis pesadillas-.
—No
sé mi historia —decís y cruzás tus brazos, abrazándote
(como si
tuvieras frío
como un fumador
que padece la urgencia de una abstinencia
que traspasa los nervios)
evadiendo mis preguntas.
Sé que respiré a la luz de una llama
que
todavía riela
semejante a una criatura que insiste en preguntar ¿por qué?
al roce de dos
almas que buscan segar prejuicios
a la
obstinación de un pensamiento…
Sé que mi imagen se reflejó en tus pupilas
de madrugada
en un
punto exacto de la frontera
entre
la realidad de la fantasía y la utopía.
Por eso necesito que me cuentes, de nuevo, aquella visión
de las walkirias
que reconociste
flotando
sobre el tejado de una granja
donde germinaba la risa.
Tu visión.
Otra vez.
Para intentar resolver el enigma que surge cuando bajo
los párpados
siempre
igual a un sol de hielo que brilla sobre mí
pero no ilumina un rincón del suelo que piso
nunca lo ilumina
como si ocultara el pasaje que conduce a un lago
en el cual se renueva la vida…