Medianoches
Son horas de dudas, a merced del castigo que intuimos
-otros ojos, otra mirada:
el reino del espanto-.
Es una zona de piedras, de polvo.
Es mi alma que semeja un páramo;
que suplica por glaciares, abetos y fiordos
que no olvida oráculos de druidas.
Los sueños y la vida
aquí y allá
unidos
con hilos de hielo.
Escribo sobre una pared de rocas
en el lenguaje de las runas.
Y grito tu nombre a lo invisible
contra la censura y sus ceremonias
insultando a la ausencia
con el resabio de tu encanto.
El agua en nuestras oraciones;
tu voz, en todo instante, cuando la fatiga acecha.
—Nacer—me repites. —En aquella quien, afligida, pensó: “¿Y ahora…?”.
Nacer en la que se alejó de vestidos
que reposan sobre horas de insomnio
en la que partió, abandonando la mentira, para andar ahí,
donde en apariencia no se respira,
purificándose
mezclándose
con la lluvia.