Vidas
Estalla una palabra
en el éter.
Un amor y los prodigios:
extraño mi cuerpo de joven.
El reloj conoce de confines y neblinas
de azules y cielos
de cuando el azar acerca pérdidas a un podio.
Jugábamos a caer en la borra de los días
a develar la calma
y descolgar ráfagas de estrellas.
Si sólo fuera cansancio
-el cansancio a secas de la clandestinidad-
el mío.
Si sólo fuera el hartazgo de un arcángel, de dos…
Hoy los cisnes advierten sobre no aventurarse en el mar:
pronto habrán de cantar las sirenas.
La luz se esconde.
¿Cómo detener este crepúsculo?
Una taza de té; contemplar el vapor que se eleva
y aceptar que no sabemos cómo firmar, con estas manos,
un pacto de mutuo acuerdo.
Los mismos miedos, otra vez,
a que se cumpla el destino
a que no se abra otro lugar para quienes somos
-yo no corrijo la desesperación-
suplico, nada más,
volver a nacer.
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