Rincones
La noche se emboza de nombres
y de historias.
Afuera acechan inspectores de ojos
entrenados para descubrir en cuencas ajenas
el aura de entes
que propagan sueños.
Esas voces
de forajidos
de perseguidos por el sistema
(en función del peligro que representan
por su capacidad de preguntar, "¿por qué?")
resuenan en el ambiente.
Llueve.
Un cartel dejó de gritar sus tonos
para que las sombras de las casas, de los árboles,
y de los postes de alumbrado
colmen la calle.
Mis manos dibujan trazos
-no me atrevo a decir "propios"-
lo hacen en honor de quien -alguna vez- se atrevió a disentir;
lo hacen para indagar el rumbo de mi infancia,
de mi gracia,
para delinear
-merced a imágenes que llegan desde la inconsciencia-
el sendero a un mundo perdido.
El frío atraviesa la habitación, y el cuerpo,
como los siglos.
Sólo cuestiona al silencio el sonido de las gotas
repicando en las chapas del techo
en las baldosas del patio
que suenan a un clamor
a una letanía
al infinito.
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