Una playa de arena negra.
Un sendero que parece esperar mis huellas
desde el principio de esta era.
Peligrar, en el vértigo de la fuga…
A metros de la costa se ven, entre las olas, las moles de los gigantes
-quienes fueron convertidos en piedras
por abandonar las entrañas del acantilado
por salir al sol-.
Aquí escasean las caricias…
Avanzo, entre el agua y la montaña,
en un barullo de preguntas
-el viento del mar me empuja de costado
hacia los paredones de lava
a las cavernas que permanecen vacías
a modo de advertencia-.
Al frente el horizonte
-sólo el esbozo de un norte imaginario
en el silencio que remite a transparencia-.
Hoy parece devorarnos la derrota.
Atrás quedan resabios del presente
al cual intentamos regresar
-hecho de noches en que la nieve cubría rastros y miedos,
de días en que el sol bendecía nuestra comarca-;
quedan ideas, tal como nos fueron confiadas,
desde más allá de las rompientes
de rama en rama
de una estrella a otra;
quedan a la manera de un secreto
oculto en un glaciar
donde el invierno ha trabajado, año tras año,
para conservar estos y aquellos sueños
en el hielo.
ni órdenes.
Se trata de encontrar la ribera de un río
y un bosque libre de guardianes
donde pulir empeños y espíritus.